para Utopias en Fm
No puedo entender las atrocidades que comete nuestra especie contra sí misma, ni contra cualquier otro ser viviente. Trato de buscarle alguna explicación, algo que me haga saber cómo es posible que una persona disfrute del momento en que lastima, hiere, mata a su víctima. Puedo entender con muchísima dificultad la guerra. Me cuesta. La siento inexplicable, pero si digo que es el instinto lo que impulsa ese acto, puede explicarse como conducta animal, como lo hace la viuda negra cuando mata al macho después de copular, como cuando dos leones se enfrentan para mantener su reino. Es instinto animal. Quizá no somos mas que eso a pesar de todo lo que inventemos o hallamos inventado.
Sin embargo, hasta las guerras tienen límites. El pacto de Ginebra puede ser una mitigación de la violencia con que irrumpe la muerte en los campos de batalla. Y ahí esta la palabra: campos de batalla, rings, zonas de lucha delimitadas. Una especie de pacto entre caballeros que van a duelo si se quiere.
En los 70 el campo de lucha era nuestra propia patria. Si hubo una guerra... ¿no debería haberme enterado? Porque cuando fue lo de Malvinas me acuerdo claramente de un discurso en el balcón de la Rosada declarando la batalla... Por qué para la guerra (entre comillas) interna todo corría de boca en boca. Como a oscuras, clandestinamente.
Me cuesta imaginar ese instante mirando un punto blanco. No sé si es un punto blanco el cianuro. Pero así me lo imagino. Leí por ahí que 50 gramos son algo así como 5 paquetitos de azúcar. Trato de pensar este momento. Ya tomada la decisión, pero con miles de ráfagas de pensamientos en la memoria. Todas pasando como haces de luz interminables. Lo único que encuentro para compararlo es la frase de la actriz Corinna Harfouch en su personaje de Magda Goebbels en la película La Caída. En una entrevista contaba el estupor que le causaba esa escena en la que mata a los niños para protegerlos (otra vez entre comillas) sin entender cómo la idea de amor maternal, el instinto más primordial y más profundo puede distorsionarse tanto, convertirse en algo tan perverso, a partir de ese fanatismo salvaje”.
El lunes iniciamos la semana con una asunción a presidente. No sé si le creo a este nuevo político, política en este caso, quisiera que sí, pero me cuesta. Sin embargo puedo decir que estoy contento de andar por la calle como quiero. Sin tener que hacer la vista gorda cuando pasa algo. Porque si no pudiera denunciar lo que le pasa a mi vecino, no sabría bien en quien confiar. Sería un estado de sospecha permanente.
En esos flashes viene a mi mente una sensación de terror. De miedo. De angustia. Es lo que me pasa cuando me pongo a pensar en el interior del Olimpo hace 30 años atrás. Las paredes son grises y eso ayuda a que esa sensación de dolor constante se clave en una memoria que nunca tuve, porque era tan chico cuando pasaban estas cosas que no tuve forma de saber. Y este recuerdo no vivido entonces se transforma en impotencia. La tortura interminable, la carne despellejada, la violación, la humillación en todas sus formas, los cuerpos arrojados desde un avión. Habrán estado presentes todas estas imágenes en la memoria antes de consumir la pastilla? Cómo será pensar ese instante en que los cuerpos casi inertes caen al agua vivos? Alguno de esos ultimos segundos habrán sido arrepentimiento?
Me queda construir. Creer en el cambio. Construir la utopía. Ese mundo puro, nuevo soñado por Tomás Moro quizá ingenuamente hace 500 años y que sin embargo hoy, ahora, aquí mismo sigue pareciendo tan distante.
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